Que nadie quiere que le vigilen y le estén siguiendo es una constante en nuestras vidas. Especialmente con el auge de las redes sociales, hay una corriente clara sobre la protección de la privacidad, de espacios donde podamos expresarnos sin estar bajo control, sin que utilicen nuestra información en nuestra contra.
Esto no es tan novedoso. Ya desde edades tempranas buscamos esos lugares donde escondernos, donde poder hacer «pillerías». Todo esto sin que ninguna persona adulta nos venga a decir que no podemos estar ahí o que estamos haciendo mal.
También es una época donde hay aún cierta inocencia y te lo cuentan claramente. Es más, si les dices que te gustaría ver su guarida, no sólo te invitan… ¡es que te llevan con mucha ilusión!
Pero sí es algo recurrente y que no desaparece con el avance de los tiempos, ese lugar mítico donde poder juntarse sin «supervisión adulta». Por lo visto, siguen siendo lugares con ciertos peligros. Quizás es el momento de generarlos dentro de los recintos, facilitando que el alumnado los adopten como suyos, pero con las medidas de seguridad adecuadas.
El trabajo de la falta de supervisión – autonomía, la privacidad y el sentimiento de grupo son activos de salud que empiezan a estar muy bien valorados a esas edades, por lo que sería recomendable tenerlo en mente a la hora de diseñar centros escolares.